Tuve momentos trascendentes
en mi corto tiempo de carrera laboral. En mi experiencia como docente tuve una
situación que me rompió mis esquemas mentales e hizo que mi práctica diera un
giro de 180 grados.
Todo sucedió en invierno de 2011…. Llegaba a la escuela
un alumno nuevo. ”URIEL” Su madre cuando lo fue a inscribir llevaba todo el legajo de él que mandaban de
la otra escuela, eran hojas y hojas con informes de especialistas, de
docentes…. Todo era negativo, sus calificaciones eran bajísimas, en la libretas
de calificaciones el aspecto socio afectivo solo se veía reflejada la palabra
“a veces” (es la más baja de las notas cualitativas).
Uriel era un niño de 8 años que estaba cursando el
segundo año de primaria, ingresó a 2do A. Su maestra nueva estaba totalmente
desconcertada con todo el legajo del niño como así también por las
calificaciones que traía.
Todavía recuerdo ese primer día de clases…. Como la
escuela es medianamente chica ya conocemos a la mayoría de los niños y sus
padres. Llegó Uriel con su mamá… escupiendo en el piso, insultando a los gritos
a su mamá porque no se quería quedar en la escuela. Nos miramos entre todas las
docentes pero nadie dijo nada. Se acercó a él la directora, lo abrazó y le dijo
“bienvenido”, él indiferente la miró y solo miraba la puerta de salida.
Justo me tocaba dar clases a mí en ese grado. Entraron al
aula todos los chicos y él con su mamá. La maestra se fue a “disfrutar su hora
libre” y cuando estaba saliendo me dice al oído ¡qué Dios te ayude porque este
se ve bravo!. Yo me quedé sorprendida porque me vi sola con todos los alumnos y
Uriel.
Estaba comenzando la clase y mientras lo observaba noté como
su mamá silenciosamente le pedía que se portara
bien, que hiciera las tareas, que hiciera caso, ésta se despide del niño
y Uriel larga ese llanto contenido que se estaba guardando desde que llegó a la
escuela. Yo traté de contenerlo, de abrazarlo de besarlo, de convencerlo para
que se quedara conmigo pero él se resistía, agarró una silla y empezó a tirarla…
se subió a una mesada que había en ese grado y empezó a escupir a insultar, a
tirarles las mochilas a sus compañeros, gritaba que estaba en la cárcel y que
las maestras éramos unas “milicas”.
Tres de sus compañeros comenzaron a llorar. Yo estaba
desbordada porque no sabía que hacer si salía del grado se iba a escapar pero
también tenía ese miedo de que le fuera a pegar con una silla a alguno de los
otros niños.
Mandé a uno de mis alumnos a buscar a la docente del
grado y a la directora…. Esos minutos se hicieron años….. cuando estas llegaron
el niño se escapó del aula y empezó a correr por toda la escuela gritando
¡déjenme salir, me quiero ir!. Cuando pasaba por el lado de las plantas las
rompía, las pateaba. Los celadores tuvieron que cerrar las puertas con llave.
Todas las docentes corríamos atrás de él hasta que logramos calmarlo.
La maestra entró en un estado de shock y le planteó a la
directora que el niño se volviera a la escuela de procedencia, que ella no lo
quería bajo ninguna circunstancia en el aula y le dijo esta frase que no la
olvido más “es una manzana podrida que me va a contaminar a las otras
manzanas”. La directora solo la miró y le dijo después vamos a charlar a solas,
tranquilízate y ándate al grado.
Los días fueron pasando y el niño continuaba igual, con
la misma conducta. Los padres de los otros chicos se quejaban del clima áulico
y junto con la docente hacían reuniones para que Uriel fuera restituido a su
escuela anterior.
Aunque yo no sé si
la materia era de su agrado o yo le caí bien pero en la clase de música era un
señor, trabajaba, cantaba, bailaba, tocaba los instrumentos, no tuve ningún
problema con él.
Ante el pedido de los padres y la docente de grado la
directora no dio brazo a torcer. Tal fue así que decidió pasarlo a 3er año a
través de un proyecto “Todos Pueden Aprender”. Su promoción fue por acuerdo
Institucional ya que el pequeño el año anterior había trabajado con contenidos
adaptados a sus procesos. Pero acá tenía una gran ventaja se encontraba con una
docente con todas las letras, admiro mucho a esa compañera porque se dedica
100% a los chicos, se preocupa por ellos, los incentiva, los premia, los mima
pero por sobre todas las cosas…. Los ama….
A los 15 días empezamos a notar un gran cambio en Uriel, no
quería trabajar en el cuaderno, pero poco a poco con paciencia empezó a
escribir la fecha, su nombre, el dictado de la docente, se empezó a quedar en
el aula y a participar más en todas las clases
Entre tantas idas y vueltas que tuvo este caso, pudimos
entender ese comportamiento del primer día de clases. Su madre muy sumisa y
pasiva se abrió ante los directivos y contó una situación vivida previa a la
entrada de Uriel. La familia vivía en un asentamiento y habían sido “echados”
con mucha violencia por unos vecinos, esta gente tuvo que abandonar su casa con
intervención de la policía y mudarse a otro lugar.
Hoy pensando en Uriel puedo entender y cada vez me
convenzo más de que en el vínculo docente-alumno tiene que primar el amor. El
docente tiene que estar abierto al cambio y a los desafíos que a diario nos
encontramos en las aulas con todas las realidades y las historias que nuestros
alumnos traen.
Mi compromiso con la educación es poder brindar todas las
herramientas para que la hora semanal
que mis alumnos están conmigo se vayan felices, que pasen un lindo
momento y que les sirva para que su estadía en la escuela y el paso por la
misma no sea en vano, no solo sea un aprendizaje de saberes y contenidos. La
enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de
corazón a corazón.