domingo, 21 de junio de 2015

Narraciones Pedagógicas 2015-Pedagogía UCA

ANA LAURA ROBLES
Tuve momentos trascendentes en mi corto tiempo de carrera laboral. En mi experiencia como docente tuve una situación que me rompió mis esquemas mentales e hizo que mi práctica diera un giro de 180 grados.
Todo sucedió en invierno de 2011…. Llegaba a la escuela un alumno nuevo. ”URIEL” Su madre cuando lo fue a inscribir  llevaba todo el legajo de él que mandaban de la otra escuela, eran hojas y hojas con informes de especialistas, de docentes…. Todo era negativo, sus calificaciones eran bajísimas, en la libretas de calificaciones el aspecto socio afectivo solo se veía reflejada la palabra “a veces” (es la más baja de las notas cualitativas).
Uriel era un niño de 8 años que estaba cursando el segundo año de primaria, ingresó a 2do A. Su maestra nueva estaba totalmente desconcertada con todo el legajo del niño como así también por las calificaciones que traía.
Todavía recuerdo ese primer día de clases…. Como la escuela es medianamente chica ya conocemos a la mayoría de los niños y sus padres. Llegó Uriel con su mamá… escupiendo en el piso, insultando a los gritos a su mamá porque no se quería quedar en la escuela. Nos miramos entre todas las docentes pero nadie dijo nada. Se acercó a él la directora, lo abrazó y le dijo “bienvenido”, él indiferente la miró y solo miraba la puerta de salida.
Justo me tocaba dar clases a mí en ese grado. Entraron al aula todos los chicos y él con su mamá. La maestra se fue a “disfrutar su hora libre” y cuando estaba saliendo me dice al oído ¡qué Dios te ayude porque este se ve bravo!. Yo me quedé sorprendida porque me vi sola con todos los alumnos y Uriel.
Estaba comenzando la clase y mientras lo observaba noté como su mamá silenciosamente le pedía que se portara  bien, que hiciera las tareas, que hiciera caso, ésta se despide del niño y Uriel larga ese llanto contenido que se estaba guardando desde que llegó a la escuela. Yo traté de contenerlo, de abrazarlo de besarlo, de convencerlo para que se quedara conmigo pero él se resistía, agarró una silla y empezó a tirarla… se subió a una mesada que había en ese grado y empezó a escupir a insultar, a tirarles las mochilas a sus compañeros, gritaba que estaba en la cárcel y que las maestras éramos unas “milicas”.
Tres de sus compañeros comenzaron a llorar. Yo estaba desbordada porque no sabía que hacer si salía del grado se iba a escapar pero también tenía ese miedo de que le fuera a pegar con una silla a alguno de los otros niños.
Mandé a uno de mis alumnos a buscar a la docente del grado y a la directora…. Esos minutos se hicieron años….. cuando estas llegaron el niño se escapó del aula y empezó a correr por toda la escuela gritando ¡déjenme salir, me quiero ir!. Cuando pasaba por el lado de las plantas las rompía, las pateaba. Los celadores tuvieron que cerrar las puertas con llave. Todas las docentes corríamos atrás de él hasta que logramos calmarlo.
La maestra entró en un estado de shock y le planteó a la directora que el niño se volviera a la escuela de procedencia, que ella no lo quería bajo ninguna circunstancia en el aula y le dijo esta frase que no la olvido más “es una manzana podrida que me va a contaminar a las otras manzanas”. La directora solo la miró y le dijo después vamos a charlar a solas, tranquilízate y ándate al grado.
Los días fueron pasando y el niño continuaba igual, con la misma conducta. Los padres de los otros chicos se quejaban del clima áulico y junto con la docente hacían reuniones para que Uriel fuera restituido a su escuela anterior.
 Aunque yo no sé si la materia era de su agrado o yo le caí bien pero en la clase de música era un señor, trabajaba, cantaba, bailaba, tocaba los instrumentos, no tuve ningún problema con él.
Ante el pedido de los padres y la docente de grado la directora no dio brazo a torcer. Tal fue así que decidió pasarlo a 3er año a través de un proyecto “Todos Pueden Aprender”. Su promoción fue por acuerdo Institucional ya que el pequeño el año anterior había trabajado con contenidos adaptados a sus procesos. Pero acá tenía una gran ventaja se encontraba con una docente con todas las letras, admiro mucho a esa compañera porque se dedica 100% a los chicos, se preocupa por ellos, los incentiva, los premia, los mima pero por sobre todas las cosas…. Los ama….
A los 15 días empezamos a notar un gran cambio en Uriel, no quería trabajar en el cuaderno, pero poco a poco con paciencia empezó a escribir la fecha, su nombre, el dictado de la docente, se empezó a quedar en el aula y a participar más en todas las clases
Entre tantas idas y vueltas que tuvo este caso, pudimos entender ese comportamiento del primer día de clases. Su madre muy sumisa y pasiva se abrió ante los directivos y contó una situación vivida previa a la entrada de Uriel. La familia vivía en un asentamiento y habían sido “echados” con mucha violencia por unos vecinos, esta gente tuvo que abandonar su casa con intervención de la policía y mudarse a otro lugar.
Hoy pensando en Uriel puedo entender y cada vez me convenzo más de que en el vínculo docente-alumno tiene que primar el amor. El docente tiene que estar abierto al cambio y a los desafíos que a diario nos encontramos en las aulas con todas las realidades y las historias que nuestros alumnos traen.

Mi compromiso con la educación es poder brindar todas las herramientas para que la hora semanal  que mis alumnos están conmigo se vayan felices, que pasen un lindo momento y que les sirva para que su estadía en la escuela y el paso por la misma no sea en vano, no solo sea un aprendizaje de saberes y contenidos. La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón.

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